¿Finales felices, agridulces o citas al psicólogo con helado y kleenex? La nueva encrucijada de la literatura romántica.


Bien de fangirleo con Carmen

El pasado viernes asistí a mi primera Bookcon en Barcelona. Siendo escritora algunos os preguntaréis por qué he tardado tanto en ir a un evento como este. La respuesta es sencilla: siempre he vivido en la sombra. En la literatura, soy como Batman, ya que, cuando digo que escribo, noto que la gente me mira de forma rara y me sale un cartelito de «pedante» en la frente que trato de borrar a lametazos. También, creo que lo que esperan es que, de repente, me transforme en Oprah y comience a regalarles libros (esos que no he publicado aún).

Volviendo al tema, solo puede ir uno de los días, pero la experiencia fue muy interesante y enriquecedora. A pesar de llegar allí medio mareada y con una migraña que me duró toda la velada por correr por la Gran Vía como si me fuese la vida en ello, pude disfrutar de varios coloquios que me ayudaron a aprender y a reflexionar sobre algunos temas. Uno en concreto es el que parece ser la “nueva” brecha abierta que hay entre las escritoras de romántica: finales felices siempre, ¿sí o no? Para mí, es un sí rotundo.


Cuando escribo, al igual que cuando leo, lo que busco es una historia en la que evadirme completamente de lo que me rodea. Quiero descubrir nuevos paisajes, sensaciones que me trasporten a un mundo en el que pueda sentirme segura y cómoda. Siempre estamos a tiempo de encontrar la hostilidad en la realidad. De forma inevitable, el ser humano está destinado a vivir una vida llena de altibajos dramáticos, con momentos dolorosos a los que tendrá que hacer frente de diferentes formas posibles; por ese motivo, el buscar refugio en un final de cuento de hadas es, a veces, una especie de terapia necesaria que puede ayudarnos a sobrellevar la amargura diaria.

Dicho esto, y permitidme que me contradiga, a veces hay géneros que necesitan acabar mal, ya que una boda con niños, perro labrador y una casita en Escocia puede ser el final más atroz jamás escrito. Por ejemplo, recuerdo que, cuando estaba en 2º de Bachillerato me obligaron a leer El árbol de la ciencia. (Si no lo habéis leído, os aviso de que se avecinan spoilers). Pues bien, como algunos sabréis, a pesar de que hay una boda y que parece que Lulú y Andrés van a ser superfelices y se van a comprar un rancho en Ohio, ella muere por problemas en el parto y él cae en depresión y se suicida. ¿Es un final feliz? No. ¿Es un final adecuado? Sí. Si en 1911, Pío Baroja hubiese escogido un final de película alemana de La 1 tras haber escrito toda esa historia en el tono que lo hizo, la obra habría sido un auténtico fiasco, ya que no guarda ningún tipo de correspondencia ni coherencia ni con el género ni con la trama. Es más, debo confesar que cuando murió Andrés sentí alivio, por lo que tampoco puedo catalogarlo de final triste al uso. ¿Soy una sádica? No sé, leeos el libro.

Me sentí un poco así, la verdad.

Por otro lado, debemos tener en cuenta que la felicidad es un término abstracto que puede ser entendido de muchas maneras y que, a veces, la definición que un autor nos da de ella no es la misma que tiene el lector, especialmente, si autor y lector no comparten el mismo trasfondo cultural. Una muestra de ello podría ser el final de Un grito de amor desde el centro del mundo, de Kyochi Katayama, lectura que recomiendo encarecidamente. 

Al contrario que con El árbol de la ciencia, de esta intentaré hacer el menos spoiler posible, aunque la destriparé un poco. Desde el principio sabes que los protagonistas no acabarán juntos porque él asiste al funeral de ella en la primera página. ¿Eso quiere decir que no tiene un final feliz o su final es agridulce? No, ya que el sentido de la historia no pivota sobre el haber perdido a un ser amado, sino en la belleza de los primeros amores y en el aprendizaje que le supuso para conseguir aquel amor que sí será para toda la vida. Yo en mi casa lloré mucho durante toda la lectura, pero él acabó feliz, para que nos entendamos. 

Lo que quiero decir con todo esto es que desde mi punto de vista hay géneros que te piden un final u otro. No digo que la novela romántica deba tener siempre una boda multitudinaria, un baile en el aserradero y un hombre encantador con el que descubrir el verdadero significado de la vida, pero si nos llamamos romántica es por algo. Además, hay infinidad de finales felices que pueden ser muy ricos y que no siempre tienen que basarse en que uno de los dos renuncia a algo de su vida por amor. Creo que ya hemos superado esa barrera tan maniquea y constringente que, a mi parecer, bebe demasiado de una tradición literaria concreta. Pero como digo, solo es una reflexión. 



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